Comentario
A partir del VI milenio, en las regiones de Oriente Próximo el registro indica una clara consolidación de las nuevas prácticas económicas de producción de subsistencia, con un incremento de la producción agrícola debido tanto al cambio en la distribución de los asentamientos, buscando los terrenos con una mayor fertilidad, como a la mayor y mejor variedad de semillas. La producción ganadera, plenamente consolidada, adquiere al mismo tiempo un rol complementario de gran importancia. A partir del V milenio, las primeras evidencias de la práctica de la irrigación (culturas de Samarra y Choga Mami) inician el proceso irreversible hacia la transformación socioeconómica que dará paso a la aparición de sociedades complejas.
La evolución arquitectónica y de concepción del hábitat, en este contexto crono-cultural, muestra también este proceso de transformación con la aparición de unas construcciones complejas de planta rectangular (por ejemplo las de tipo Samarra o de tipo Obeid), cuya formulación necesita un plan preliminar del conjunto y no la simple yuxtaposición progresiva de habitaciones en torno a un núcleo o espacio primitivo, técnica observada en las fases anteriores. Por otra parte, se produce una ordenación de las mismas en verdaderos poblados urbanizados donde los espacios se rigen por una estructuración compleja del espacio colectivo con la aparición de espacios libres centrales, la diferenciación de construcciones excepcionales y la presencia de muros que cierran el conjunto de construcciones como ocurre, por ejemplo, en los asentamientos de Tell-es-Sawwan o Tell Abada.
En la evolución del Neolítico europeo esta fase cubriría aproximadamente el V y el IV milenios. Se trata del periodo donde se produce la consolidación e intensificación de los poblados, a menudo cubriendo áreas periféricas que conocen por primera vez una ocupación agro-pastoril. En la Europa del sureste se observa un mayor tamaño de los asentamientos, algunos de ellos mostrando construcciones colectivas de tipo murallas, que producen recintos fortificados, por ejemplo en Grecia (Sesko, Dímini). Asimismo, en la zona de la cuenca baja del Danubio y sur de los Cárpatos el poblamiento se hace más estable.
A nivel arquitectónico se observa la continuidad del hábitat danubiano con algunas mejoras para solucionar la resistencia al viento, como son la doble alineación de los postes que imprime una mayor robustez a las casas y la modificación de la planta rectangular hacia formas trapezoidales. Las construcciones son, a su vez, de mayores dimensiones e irá generalizándose progresivamente la protección del hábitat con un sistema de empalizada-foso-acumulación de tierra, si bien este tipo de construcción parece inicialmente destinado a la protección de los rebaños. En la zona de Europa central las estaciones litorales constituyen una mejor representación que en el periodo anterior. De idénticas características morfológicas y arquitectónicas, los asentamientos tienen ahora una mayor extensión, formados por una o dos líneas de construcciones situadas de manera paralela a la orilla y destacando la presencia de una empalizada que limita la extensión del poblado por el lado terrestre. En el Mediterráneo, los hábitats son poco característicos y no será hasta en las últimas fases del Neolítico cuando en el conjunto de las islas mediterráneas y en zonas del continente se desarrollará una arquitectura floreciente en piedra, que tendrá una continuidad y esplendor en épocas posteriores.
En resumen, en Europa central y occidental se produce una progresiva intensificación de la ocupación en las regiones anteriormente ocupadas y expansión del poblamiento hacia una amplia variedad de territorio, situándose, por ejemplo, en las áreas de Europa central por primera vez más lejos del territorio del loess, en sectores más elevados, en zonas interfluviales de tierras altas.